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📖 “Profe, mi mamá dice que yo soy hiperactivo”

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A finales del siglo XIX, Freud diagnosticaba a sus pacientes con “histeria”. Muchas mujeres comenzaron a presentar síntomas que correspondían exactamente a lo que se esperaba de esa “enfermedad”. Pronto, la histeria se volvió un diagnóstico de moda, alimentado por las prácticas médicas de la época —como los electrochoques— y por el efecto viral que generó en la sociedad.


No pretendo negar la existencia de los trastornos mentales ni de los trastornos del aprendizaje. Es claro que muchos niños y niñas presentan dificultades reales como dislexia, disgrafía, discalculia o TDAH (Shaywitz, 2003; APA, 2013). El problema aparece cuando confundimos la excepción con la regla. No es normal que al entrar a un salón de clase diez estudiantes digan: “mi mamá dice que soy hiperactivo”, y que la mayoría de ellos esté tomando medicación. Algo parecido a lo que pasó con la histeria parece repetirse: niños y adolescentes comienzan a “actuar” síntomas que ya son de dominio público.


Además, no podemos olvidar que los trastornos del aprendizaje son fenómenos escolares, no enfermedades en sí mismas (Elliott & Grigorenko, 2014). La lectura, por ejemplo, no es una habilidad innata: se aprende, y algunos tardan más que otros. Eso no significa que haya algo “malo” en ellos. La escuela debería adaptar sus sistemas a las personas, y no al revés.


He conocido madres y padres que se sienten devastados al escuchar un diagnóstico de dislexia o TDAH. Pero estos no son condenas, sino formas distintas de procesar el mundo. El peligro está en que los diagnósticos se conviertan en etiquetas que reducen al niño o niña a un síntoma, cuando en realidad lo que necesitan es comprensión, apoyo pedagógico y estrategias específicas.

Como advierte Thomas Szasz (1974), la forma en que nombramos los problemas influye en cómo los vivimos. Nombrar no debe ser una forma de limitar, sino de comprender y acompañar.


✨ La invitación es clara: los diagnósticos deben ser herramientas excepcionales, no etiquetas comunes. La escuela tiene que repensar sus métodos y adaptarse a la diversidad de aprendizajes. Y las familias, en lugar de asustarse, pueden ver en estas diferencias una oportunidad para acompañar con más paciencia y empatía.

🌱 Porque al final, ningún niño o niña debería crecer creyendo que está “dañado”, cuando lo que necesita es simplemente otra manera de aprender. Heidi Elen Halma Psicología

 
 
 

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